Chapter Una Esposa Capítulo 2
Capítulo 0002
Olivia llevaba días en este hermoso sitio.
Por mucho que su depresión intentara ahogarla, la belleza de todo lo veían sus ojos la sacaban a la fuerza de su autocompasión.
Se sentía como en casa, a pesar de que vivía en uno de los cuartos de la posada, de este rústico pueblo perdido en los bosques y las montañas.
Después de un viaje de días, llegaron hasta aquí, un pintoresco pueblo con casas de piedra y madera, pero, aunque se veían rústicas por fuera, por dentro contaban con todas las comodidades de la vida moderna.
No era para nada un sitio pobre o atrasado, tenía mucho desarrollo, solo que al parecer a sus moradores le gustaban estar alejados del mundo y de los extraños curiosos.
Llevaba ya más de una semana aquí y aunque Noah intentó por todos los medios que se quedara a vivir en la casa de John, ella no quiso, insistió en quedarse en la posada.
Sentía que ya había molestado demasiado a su amiga, que su locura la había hecho incluso arriesgarse a ser detenida también como cómplice.
Olivia se puso la ropa que le había comprado Noah en el camino, porque había salido sin ni siquiera una braga que ponerse de recambio y decidió que, si no tenía el valor de colgarse de la viga del techo, entonces tendría que seguir viviendo y superar poco a poco su dolor y su perdida.
No sería de un día para otro, pero el primer paso era buscarse un empleo, porque no seguiría viviendo de la caridad de su amiga y su esposo.
Con unos jeans azules de forro térmico por dentro, camisa de lana a cuadros y un abrigo bien calentito, más sus botas de piel, bajó a desayunar en el restaurante de la posada y preguntar al recepcionista si no necesitaban personal para alguna cosa.
Olivia había visto a muy pocos huéspedes, casi inexistentes en la posada media vacía, pero mejor porque ella tampoco quería estar viendo muchas personas.
Comiendo su huevo revuelto en el desayuno, casualmente escuchó una conversación que le interesó mucho.
– ¿Cómo me avisas justo ahora que se nos acabaron las frutas frescas? – le decía enojado el dueño de la posada al chico de la cocina.
– Es que no revisamos bien y había varias echadas a perder en el saco y contaminaron a las demás- le respondió el joven con miedo por la reprimenda.
– ¿Ahora qué hacemos?, Marcos salió y no regresará en un buen tiempo porque como sabes, está en ese período susceptible y aunque llame y haga el pedido quién va a ir enseguida a buscarlo- le preguntó preocupado y bajando un poco la voz, pero aun así Olivia que estaba relativamente cerca lo escuchó.
No sabía quién era Marcos, ni que significaba “período susceptible”, pero ella veía la oportunidad de hacer un trabajo fácil y rápido.
– Disculpe que me meta en su conversación, estaba desayunando cuando escuché que podría necesitar a alguien que hiciera un recado por usted, yo sé manejar y tengo tiempo de sobra para buscar su pedido- se ofreció Olivia un poco nerviosa ahora que se enfrentaba a este fortachón hombre.
En realidad, no sabía si había hormonas del crecimiento en este pueblo, pero todos los hombres eran corpulentos y altos, casi se podrían describir como salvajes y exóticos.
William miró fijamente a la pequeña mujer humana que intentaba mostrar seguridad frente a él.
John se había aparecido con ella hace más de una semana y dijo que era amiga de su compañera, que había sufrido mucho y necesitaba refugio.
No todos estuvieron de acuerdo en dejar a una extraña que no conocía nada de su existencia, vagando por todos lados y con ideas de quedarse.
No era lo mismo, llegar de turismo a visitar y luego irse, que establecerse a vivir.
Había cosas que no se podían mantener bajo llave para siempre. Como el hecho de que vivía dentro de una manada de hombres lobos.
Él mismo se había negado y por último se ofreció a vigilarla en su posada y ante cualquier peligro, se encargaría de echarla del pueblo personalmente.
Pero también la había escuchado llorar en las noches.
La mujer apestaba a dolor y desesperación.
La miraba y despertaba en él, el deseo innato de su raza de protección hacia las mujeres, las cuales consideraban sagradas, dadoras de vida y de luz para ellos, hombres rudos y violentos, hasta que se unían a su otra mitad.
– Bien, ¿tienes licencia? – le dijo luego de unos segundos de vacilación, no era que tuviese muchas opciones tampoco.
Olivia le dijo que sí, y por primera vez, la vio sacar una sonrisa fugaz.
De esa manera, se vio montada en una pequeña furgoneta blanca y salió del pueblo hacia una granja no muy lejana, a recoger las frutas que el posadero necesitaba.
A pesar de haber pasado por un accidente automovilístico hace poco con consecuencias tan traumáticas, ciertamente se sentía muy relajada porque no era lo mismo conducir en la ciudad,
que por estos caminos rodeados de belleza y paz.
Pero todo el buen ambiente cambió, cuando una camioneta Land Rover Defender gris, que iba delante de Olivia, se detuvo de golpe, haciéndole imposible frenar a tiempo y propinándole un golpe en la esquina del para choque trasero de la todoterreno.
Olivia frenó con el corazón latiéndole a mil, muy asustada por la repentina colisión.
Muchos de los recuerdos reprimidos del accidente llegaron a su mente de golpe, haciéndola hiperventilar y comenzar a entrar en pánico.
Pero de repente, en la tormenta de su mente, se coló un leve susurro, un suave toque cálido, reconfortante y pacífico que la ayudó a sobreponerse y pensar con mayor claridad.
No podía aterrarse por cualquier cosa, le daba rabia verse tan débil, tan vulnerable.
No entendía que había sucedido hace un momento, era como si una presencia se colara en su mente para calmarla, pero sabía que eso era una locura más de sus desvaríos.
Se quitó el cinturón y bajó de la camioneta.
El frente de su auto tenía una abolladura y era obvio que había sufrido más que el Land Rover.
Morgan iba tranquilo conduciendo cuando un cervatillo se atravesó en su camino de repente.
Frenó de golpe para no herirlo, pero no tuvo en cuenta que detrás de él, venía un auto.
Vio como una mujer humana, se bajó de la camioneta que le parecía muy similar a la de William y se quedó observando con el ceño fruncido los daños de impacto.
Morgan iba a bajarse para disculparse y preocuparse si le había sucedido algo, además era obvio que, aunque fue para salvar a un animalito, él tenía la culpa y le debía una compensación.
– No te bajes del auto- escuchó de repente la voz gélida de su jefe que iba en el asiento trasero.
– Pero la señorita puede estar herida, hay que pagarle los daños- se encontró explicándole lo que creía era más que razonable.
– Tírale el dinero por la ventana y vámonos de aquí, necesito alejarme de este sitio- casi le gruñó y Morgan quería intentar convencerlo porque, aunque era un hombre frío y distante, nunca lo había visto tratando así a una mujer.
Pero al mirar por el espejo retrovisor la cara de agonía que tenía Lucian, mantuvo todas sus palabras dentro de la boca.
– ¿Disculpe, está bien? – se escucharon unos golpecitos en el cristal oscuro del lado de Morgan.
El conductor suspiró y rebuscó en la guantera un fajo de billetes, para ellos el dinero nunca era problema, solo que tirarle el dinero, así como una mendiga le parecía demasiado denigrante.
No sabía qué mosca le había picado a Lucian, que estaba más neurótico de lo normal, pero él solo podía obedecer.
– Lo siento por el accidente, por favor acepte este dinero como recompensa- le dijo bajando un poco la ventana pasando el grueso fajo de dinero, sin ni siquiera mirar mucho la cara de la joven, en realidad tenía mucha vergüenza.
– Solo quiero saber por qué se detuvo de repente y realmente creo que es mucho dinero, solo necesito lo necesario para pagar los daños de la camioneta que no es mía- le respondió Olivia, con un poco de molestia, porque el tipo no se había ni tomado el trabajo de bajarse a disculparse y ninguna pregunta, aunque fuera de cortesía, preocupado por si ella se lesionó.
– No se preocupe, puede tomar todo el dinero, en realidad lo siento much…
– ¡Morgan, te dije que arrancaras ya el auto! – gruñó alto, una voz ronca, casi animal desde el asiento trasero del todoterreno, sobresaltando a Olivia.
– Lo siento- fue lo último que balbuceó el conductor antes de arrojarle el dinero al suelo e irse inmediatamente, dejando un humo de polvo atrás, que tuvo a Olivia tosiendo.
– ¡¿Pero será hijo de put4?! – gritó indignada, mirando como se alejaba el auto.
Tenía ganas de montarse en la camioneta y perseguirlo solo para cantarle las cuarenta.
¿Quién se creía que era ese riquillo para tirarle el dinero como pordiosera y alejarse como si tuviera la peste?
Pero el auto no era suyo y ya tendría que dar malas cuentas al dueño.
Posiblemente, no la dejaría hacerle más ningún trabajo en su posada.
Miró los billetes verdes que se habían zafado de su liga y estaban regados por el suelo y con un suspiro comenzó a recogerlos.
En realidad, si era algo así como una mendiga, sin trabajo ni un peso arriba.
Si supiera quién era ese presuntuoso animal que iba en el auto, le tiraría su dinero en la cara, pero ni siquiera conocía a las personas de aquí y era nueva en el pueblo, capaz que incluso ofendiera a un pez gordo y la sacaran de este sitio, para irse a no sé donde.
Intentó tragarse su molestia y siguió su camino hasta la granja, tenía un pedido que recoger y una explicación vergonzosa que dar, al regresar.
*****
“¿Qué crees que estás haciendo m4ldito?, ¿Cómo te atreves a dejar a nuestra mate tirada como basura?, Regresa a consolarla m4ldición ¡¡¡ella está sufriendo!!!”
Gruñía en su mente Lugh utilizando toda su fuerza de alfa para liberarse de la prisión del cuerpo humano, que no le permitía llegar hasta su compañera, ayudar a quitarle su sufrimiento y marcarla como suya.
Lucian, tuvo que movilizar toda la sangre antigua que tenía en su cuerpo para mantener a su lobo a raya.
Lo reprimió con fuerza, aunque eso le estuviese costando un dolor de cabeza, que lo tenía al borde de la locura. Grandes gotas de sudor caían sobre sus sienes y apretaba los dientes tensando los músculos de la cara.
Lugh era demasiado fuerte, un alfa purasangre de los pocos que quedaban en el mundo y después de tantos años de espera, había encontrado a su mate.
Se puso eufórico desde que la olió en el auto que venía aproximándose a ellos, antes de la impacto, por el animal que se atravesó.
Pero una cosa era lo que quería su lobo y otro lo que deseaba Lucian.
Lo que menos necesitaba era una humana problemática en su vida.
Ya había estado casado con una compañera y aunque no era su mate destinada, para él, el amor que se tenían era más que suficiente.
Acalló los gruñidos frenéticos y las maldiciones de su mente y se concentró en respirar aire puro bajando un poco la ventanilla, todavía sentía como el aroma de ella se había colado insolente dentro del auto en cuando Morgan hizo por entablar una conversación.
No quería hablarle, no quería mirarla, no quería olerla.
Todo en ella era pura tentación y él no la necesitaba en su vida.
Miró el bosque espeso que lo llamaba y se alejó del pueblo en dirección a su mansión apartada.