Chapter Capítulo 68
Capítulo 68
– No hagas mucho alboroto o despertarás al niño –interrumpió Elías, poniendo un dedo sobre los labios de Anastasia.
Ella se quedó callada de inmediato, pero pudo ver que el otro disfrutaba eso con malicia, por lo que decidió seguir empujándolo.
Cuando consiguió apartarlo, notó un cambió específico en él en la parte baja de su cuerpo, lo que la hizo sonrojarse.
« iOh, santo cielo! ¿Debe ser tan obvio?».
Elías también estaba frustrado. Con una expresión dolorosa en su atractivo rostro, comenzó a i hablar en un tono grave y raspo
so.
– Me iré, entonces.
Sin decir nada más, Anastasia se levantó y se dirigió a abrir la puerta principal. Lo observó retirarse y juró que nunca le permitirí
a pasar por esa puerta de nuevo a su hogar. Sabía lo peligroso que podía llegar a ser Elías. Había una bestia dentro de él esper
ando a atacar en cualquier momento. Para cuando salió del departamento, la lluvia comenzaba a cesar y él no tardó en
desaparecer de la vista de Anastasia.
Después
de eso, recordó que nunca le ofreció el paraguas. Él se había estacionado algo alejado del edificio, por lo que terminaría empap
ado para cuando llegase al vehículo. Ella estuvo a punto de empatizar con él, pero recapacitó que tal vez la lluvia le ayudaría a
calmarse, tomando en cuenta el momento tan abrupto que tuvieron no hace mucho.
Mientras tanto, en el hospital, Helen se estaba torturando con el pensamiento de Anastasia y Elías juntos. Decidió que saldría d
el hospital esa misma noche.
«Es probable que ella tenga algún truco bajo la manga para seducir a Elías».
ma
ra
Era de madrugada cuando llamó al chofer que Elías le había asignado. Su trabajo sería llevarla de un lado a otro de una forma
segura.
–Señor Corona, ¿puedo preguntarle si sabe dónde está la residencia de los Palomares? –
indagó Helen en cuanto se subió al vehículo.
—¿Desea ir a la residencia de los Palomares, señorita Sarabia? – preguntó Bernardo, sorprendido.
–Sí, por favor, llévame ahí. Es una emergencia —indicó con arrogancia.
Bernardo había observado la gentileza y gracia con
que Elías trataba a Helen, por lo que no se atrevió a cuestionarla y encaminó el carro
hacia la residencia de los Palomares. Una media hora después, Helen
vio por primera vez la opulenta mansión con sus elegantes columnas en la que vivía Elías. Tragó saliva ante tal vista.
Si consideraba que estaban en medio de la ciudad, las propiedades para terrenos eran escasas y muy caras, por lo que ser due
ños de una casa como esa requería más que solo una fortuna. En realidad, requería una verdadera influencia. Helen se dio cue
nta de repente lo poco que conocía a la familia Palomares. Todo lo que sabía de Elías lo aprendió de revistas y periódicos, ade
más de
algunos otros medios.
Ahora que se encontraba frente de la casa y viendo toda su grandeza y de la familia, sintió como su ambición crecia. Más que n
unca quería convertirse en la señora de este exquisito lugar. Quería vivir ahí y ser la esposa de Elías; después de todo, su posic
ión en su propia familia siempre había sido desfavorable frente a sus dos hermanos, ambos varones y menores que ella.
Había pasado toda su
vida tratando de escapar la vida que su familia le dio. Siempre la habían dejado de lado, ya fuera en su casa o en la sociedad, a
si que buscaba y deseaba una vida de indulgencia y lujos. Quería poseer algo que pudiese llamar suyo o tener poder propio par
a utilizarlo.
Ahora, frente a ella, tenía un atajo para alcanzar sus sueños y haría todo lo que estuviese en sus manos para conseguirlos. No
dudaría en quitar del camino a quien fuera que se entrometiese; siendo más específicos, quitar del camino a Anastasia y su hijo.
Con su determinación renovada, Helen se reincorporó y tocó el timbre de la puerta. Una empleada de la casa habló por el parla
nte y, con educación, preguntó:
–¿Está buscando a alguien, señorita?
–Hola, vine a ver a la señora Palomares –
contestó Helen. Había leido que la señora Palomares, la abuela de Elías, era la matriarca de la familia.
–¿Me pudiera proporcionar más detalles? Le permitiremos entrar una vez que hayamos verificado su identidad.
Le
pasaron un formato para que lo llenase. Helen lo hizo y lo entregó junto con su identificación. Esperó afuera unos diez minutos ha
era Anastasia quien había ido a buscarla.
–¿Es la señorita Torres?
–No, señora Palomares. Es una joven de nombre Helen Sarabia. Dice que es amiga del joven Elías.
Eva se recompuso con elegancia y dijo:
–iPásenla!
No mucho después, vio a la joven entrar al pabellón, seguida por una empleada. Eva tenía planes de encontrarse con Anastasia
mismo día, pero esta invitada inesperada la había dejado dudando.
«¿Quién es esta muchacha?».