Todo por amor novela (Victoria Selva y Alejandro Calire) Completa

Chapter Todo por amor Capítulo 8



Capítulo 8 El informe del hospital

A Victoria le dio un vuelco el corazón y parpadeó, presa del pánico; sintió que la habían atrapado en el acto. No obstante, se apresuró a calmarse y frunció los labios.

—¿No lo viste? —respondió con honestidad.

Su actitud directa hizo que la mirada indagatoria de Alejandro se volviera más amable. Él se acercó y miró fijo el cuenco vacío que tenía en la mano.

—Hice que prepararan este medicamento y ¿lo tiras así sin más?

Ella le puso los ojos en blanco.

—Ya te lo dije; no lo beberé.

Dicho eso, salió con el cuenco vacío; no obstante, él la siguió y le preguntó con voz clara y tajante:

—¿Ayer saliste a propósito bajo la lluvia?

Victoria vaciló y negó con la cabeza negándolo.

—No, ¿por qué haría algo así?

Aun así, Alejandro siguió sospechando mientras continuaba escudriñándola.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué te negaste a ir al hospital? ¿Por qué te niegas a tomar el medicamento?

—El medicamento es demasiado amargo; no quiero beberlo —explicó con indiferencia.

—¿Eso es todo? —Él entrecerró los ojos. Como si hubiera pensado en algo e insistió en decir—: Ayer…

Quería preguntar sobre el mensaje de texto y si ella había notado algo, pero, después de pensarlo mejor, sintió que era imposible. Después de todo, ni siquiera entró al club aquel día, así que ¿cómo podría saberlo? Además, Victoria no quería seguir debatiendo con él porque tenía miedo de tener un desliz. Tenía secretos y no quería que él los supiera.

En ese momento, la sirvienta entró con la comida, así que Victoria aprovechó la oportunidad para empezar a comer. Dado que se seguía recuperando, la sirvienta le había preparado una comida liviana y líquida. Sin embargo, Victoria no tenía apetito, solo comió un poco y dejó el cuenco, el cual la sirvienta recogió enseguida.

Alejandro observaba desde un costado con los labios fruncidos. No sabía si era su imaginación, pero sentía que nada estaba bien. La habitación se sentía mal e incluso él estaba extraño de alguna manera. A pesar de que nunca había tenido buen temperamento, rara vez se sentía tan frustrado y preocupado. De repente, sintió que el aire en la habitación no circulaba de manera apropiada, así que se dio vuelta y se marchó.

Una vez que se fue, la fachada de Victoria se derrumbó, ella se desplomó y se miró los dedos de los pies. Antes de irse a dormir, la sirvienta le llevó otro cuenco de medicamento. Victoria se dio cuenta de que él no estaba en casa, así que decidió dejar de fingir.

—No quiero beberlo —dijo con franqueza—. No debes hacerlo de nuevo más tarde.

La sirvienta se llevó el medicamento. De regreso en la cocina, Héctor vio que llevó el cuenco de regreso y frunció el ceño.

—¿La señora se sigue negando a beber el medicamento?

La sirvienta asintió y le explicó lo que había sucedido más temprano. Tras escuchar el tono descontento de la mujer, Héctor dijo con severidad:

—Sabes lo bien que ella nos trata por lo general. Es probable porque está enferma, así que no está de buen humor. No seas rencorosa con ella por esto.

Tras escuchar el severo sermón del mayordomo, la sirvienta se ruborizó y enseguida negó con la cabeza.

—No, no, ¿cómo podría guardarle rencor por esto?

—Eso es bueno. Sea como sea, ella sigue siendo la señora Calire para nosotros.

«¿Sigue siendo la señora Calire? ¿No dijeron ayer que Claudia Juárez es la única que le gusta al señor Calire? ¿Claudia no asumirá el rol de “la señora Calire” pronto?».

Mientras la sirvienta estaba sumida en sus pensamientos una voz despectiva la interrumpió:

—¿Todavía no quiere beberlo?

Héctor y la sirvienta se quedaron atónitos cuando vieron a la persona que había llegado.

—Señor…

Alejandro estaba allí de pie con una expresión distante, sostenía un traje y las llaves del auto. Ya había desayunado y se preparaba para ir a la oficina cuando vio la bandeja de la sirvienta con el cuenco de medicamento todavía lleno. Por lo tanto, se detuvo para preguntarle a Héctor al respecto.

El mayordomo asintió.

—Sí, señor. —Luego, agregó—: ¿Para qué es el medicamento?

A Alejandro le desagradaba el hecho de que Victoria siguiera negándose a tomar el medicamento. «Ayer no lo bebió en todo el día y ¿no lo tomará hoy tampoco?».

—Es para bajar la fiebre —respondió.

Héctor se sintió aliviado y pensó que no era un gran problema dado que solo reducía la fiebre. Sin embargo, la sirvienta detrás de él se sorprendió cuando escuchó que era para bajar la fiebre.

—Oh, ¿es para reducir la fiebre? —soltó—. P-pensaba que era para… —No terminó la frase cuando sintió las miradas de Héctor y Alejandro sobre ella. La mujer se dio cuenta de que no podía decir nada más y se apresuró a cambiar sus palabras mientras sonreía—. De todos modos, siempre y cuando la señora esté bien.

Alejandro, que siempre estaba alerta, sintió de inmediato que la frase sin terminar de la sirvienta contenía mucha información.

—¿A qué te refieres? —le preguntó.

La mujer se sorprendió por su tono tajante, así que se limitó a bajar la cabeza y susurrar:

—No estoy segura. Solo vi lo que parecía ser un informe del hospital mientras limpiaba el bote de basura del baño ayer.

Tras escucharla, él entrecerró los ojos de manera peligrosa.

—¿Qué clase de informe del hospital?

La sirvienta negó con la cabeza.

—No estoy segura. Estaba roto y parecía haberse empapado bajo la lluvia. Solo vi unas pocas palabras en el informe mientras limpiaba.

—¿Dónde está? —preguntó Alejandro.


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