Receta para robarle el corazón al Dr. Farel ( Evrie and Farel )

Chapter Capítulo 106



Farel recordó el dolor que ella había sufrido y terminó en un instante.

La cargó en brazos y la llevó al baño para que se aseara, luego volvió a dormir en su cama, sin ninguna intención de irse.

Esa vez, Evrie no se molestó en preguntar. Después de todo, era su casa y no tenía motivos para echarlo, y por supuesto no podría echarlo.

Se quedó acostada un rato, después se levantó y buscó en la mesita de noche una pastilla que metió en su boca.

—¿Qué estás tomando?—Farel, con ojo avizor, lo había notado.

—Pastillas anticonceptivas.—dijo Evrie.

La noche anterior, cuando estuvieron juntos, él agotó los codones y por suerte ella ya tenía una pastilla preparada en el cajón.

Farel recogió el paquete que ella había tirado y lo miró con el ceño ligeramente fruncido.

Era la marca más barata, la que podía ser más dañina.

—No las tomes más, avísame cuando estés en tus días.—le dijo.

—Ah…—

Evrie asintió un poco confundida. ¿Estaba preocupado por su salud y por eso no quería que tomara esas pastillas?

—Duerme.—le dijo Farel, su tono se suavizó un poco.

Ella obedeció y se acostó de nuevo, dándole la espalda y cerrando los ojos, dejando que el sueño la invadiera lentamente y disipara el cansancio del día.

Después de un rato, el brazo de Farel se extendió detrás de ella y rodeó su cintura.

Evrie se tensó, despertándose sobresaltada de su letargo.

—Relájate.—susurró Farel, su aliento fresco rozando su oreja en un tono bajo y ronco.

—¿Nunca has dormido abrazada por un hombre?—

El rostro se puso rojo de vergüenza.copy right hot novel pub

Era una pregunta retórica, ¿no?

Si ni siquiera había tenido un novio, su primera vez había sido con él, ¿cómo iba a haber estado con otros hombres?

El brazo de Farel apretaba su cintura, pesado y firme, pero con una extraña sensación de pertenencia.

Evrie no lo rechazó, al contrario, se sentía reconfortada.

El ritmo de su respiración era constante en su oído, su fuerte corazón latía contra su espalda. Era la primera vez que no se sentía sola.

El corazón de Evrie se calentó y finalmente se quedó dormida en un sueño difuso.

El tiempo pasaba rápido.

El pasaporte de Evrie fue procesado a tiempo.

Brasil era un destino sin necesidad de visa, así que podían partir directamente.

Temprano el miércoles, el asistente llegó en coche para llevar a Leandro Reyes y a Evrie al aeropuerto. No había mucha gente por la mañana, y pudieron realizar el check-in sin problemas.

Mientras estaban haciendo el check-in de su equipaje, Leandro alcanzó a ver la maleta de Evrie. Había un logo en un lugar discreto de un costado, muy distintivo.

Era una marca costosa, con un precio en el mercado que comenzaba en los tres mil.

La última vez que había ayudado a Evrie a mudarse no era esa maleta. Leandro sabía que, con los recursos económicos y el salario de Evrie, no podía tener esa marca.

Incluso era posible que ella no supiera el valor de su equipaje.

—Tu maleta es bastante especial.—comentó Leandro casualmente.

Evrie sonrió y dijo sin ocultar nada—Ah, sí, me la regaló el Dr. Farel.—

Ella sabía que el precio de la maleta debía ser alto, definitivamente fuera de su alcance, así que decidió ser franca y no esconder nada.

Leandro comentó con un tono cargado de significado—El Dr. Farel sí que es generoso, regalándote algo tan valioso, es fácil que la gente malinterprete sus intenciones.

La sonrisa en el rostro de Evrie se congeló por un momento y ella intentó justificar a Farel con algo de torpeza.

—Parece que te llevas bien con él.—Leandro preguntó con un tono enigmático.

—Eh… sí, más o menos.—respondió Evrie con cautela.

Lo que tenía con Farel era mucho más que llevarse bien, ya habían cruzado todas las fronteras.

Pero en un instante, la figura desapareció.

Evrie sacudió la cabeza, probablemente había sido una ilusión.

Leandro había reservado en primera clase, pero según las políticas de la empresa, Evrie tenía que viajar en clase económica.

Cuando Evrie encontró su asiento y apenas se había sentado, una sombra se desplomó en el lugar junto a ella.

Y se quedó petrificada.

—Do, doctor…

El hombre vestía un traje impecable, con corbata, su cabello corto estaba perfectamente peinado y sus rasgos eran finos y nítidos. Su expresión era calmada, sin rastro alguno de sorpresa.


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