Chapter Capítulo 89
JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 6.
Kit de supervivencia Abby sintió que se estremecía mientras Rex la estrechaba contra su cuerpo y la besaba con posesividad.
Sabía a hombre grande y dominante, y ese era un afrodisiaco natural. Por más que tratara de resistirse, era evidente que los
dos se traían unas ganas demasiado grandes.
– Rex... en serio ¿qué haces aquí? – preguntó ella respirando pesadamente mientras él se regodeaba al sentir su cuerpo
vibrar.
–Te persigo. –¿Me vas a perseguir por todo el mundo? — Tengo dinero para hacerlo – rio él.
–¿Eso es una amenaza?
–No lo sé. Amenaza, advertencia, declaración de intenciones, pero no me voy a ir a ningún lado por lo pronto. – Rex la acarició
despacio y para ella fue imposible no disfrutarlo.
– Ya me estás empezando a asustar–replicó Abby abriendo los ojos-. Solo te falta decir la palabra “enamorado” para que yo me
quite los tacones y salga corriendo.
– ¿Por qué eres tan mala? –protestó Rex–. No puedes decirme que no te has enamorado nunca...
–Sí, claro, una vez me enamoré, pero fue porque tenía las defensas bajas –dijo Abby y se quedaron mirándose durante un largo
minuto, como si se evaluaran.
–Oye, los artistas tienen fanáticos. Yo tenía muchos que cruzaban el país solo para verme jugar.
–Mmmmm...entonces me vas a perseguir solo como mi fan? – lo provocó ella.
– Solo como tu fan, lo prometo. Obvio un fan con ciertos derechos porque no voy a dejar de besarte, solo para que los sepas! Si
no te gusta la idea, haces como toda artista famosa: vas a la policía y me pones una orden de restricción. 1
Abby estalló en carcajadas y luego lo tomó por las solapas del saco, tirando de él para besarlo con posesividad. Rex pasó la
noche con ella, y no le sorprendió que también allí su exposición fuera un éxito. Salieron de la galería y a esa hora muertos de
hambre se fueron a un restaurante. Pasearon de madrugada por la Quinta Avenida y él trató de comportarse en el taxi hacia el
hotel de Abby, pero apenas se metieron en aquel ascensor la levantó contra una de las paredes, haciendo que envolviera las
piernas a su alrededor.
–¡Dios, no puedo creer lo mucho que me gustas! –susurro Rex, escuchándola suspirar cuando sus besos bajaron por el cuello
de Abby.
–Pues habrá que disfrutarlo ahora que todavía no te cansas de mí –susurro ella saliendo del círculo de sus brazos y Rex la
siguió por todo el corredor hasta la puerta de su habitacion.
–Nunca me cansaré de ti – dijo él y Abby le hizo una mueca de que no le creía para nada. La vio llevarse una mano a la cintura
y apoyarse en el marco de la puerta como una barrera–. No me vas a dejar entrar, ¿verdad? —sonrió con resignación.
–Asi es este juego, muñeco, tú pones la insistencia y yo la resistencia —respondió Abby antes de darle un beso ardiente. Y yo
siempre juego para ganar.
Rex la miró con la curiosidad bailándole en los ojos. ¿Un juego, no?
––¿Y si me canso de jugar? – preguntó. –Entonces igual habré ganado – aseguró ella–. No hay nada tan satisfactorio como
espantar hombres que no valen la pena.
Rex no sabia si eso era un reto, un desafío o simplemente parte de aquel juego de seducción, solo sabia que por primera vez
en años no estaba aburrido ni tenía intenciones de perder.
– De acuerdo. Nos vemos mañana, muñequita–dijo con malicia porque sabía que al día siguiente le estaría derrumbando la
puerta al amanecer.
La siguiente semana fue una completa locura. ¡En Nueva York todos los hombres eran muy putos! La rondaban como si fuera
una cerveza fría en el desierto, y él se los iba espantando, a unos con más educación que a otros. ¡Es que no quería ni imaginar
lo que habría sucedido si él no la hubiera perseguido hasta allí! Así que a partir de aquel momento se hicieron inseparables,
disfrutando cada momento un una de las ciudades más hermosas del mundo.
En la noche iban a la galería, en el día paseaban por la ciudad, explorando los rincones más recónditos y disfrutando de las
vistas que ofrecía aquella metrópoli. Ella siempre encontraba algo muy loco para hacer y él tenía la energía necesaria para
seguirle el ritmo.
Cada madrugada se despedía de ella en su puerta, esperando a ver si la condenada lo dejaba entrar, hasta que al quinto día no
solo no lo dejó entrar sino que la vio poner cara de molestia. Había estado muy irritable todo el día, pero ya estaba que ni
siquiera le reía las gracias.
– Abby ¿qué pasa? Pareces gata boca arriba.
– Lo siento, muñeco, pero de verdad es mejor que te vayas ya.
–¡Claro que no, no me voy a ir hasta saber qué te pasa! Ella suspiró con cansancio.
–¿Estás seguro? Mira que esta es la parte de la privacidad de una mujer con la que jamás has tenido que lidiar–le advirtió y él
solo se quedó esperando–. Tengo el “castigo del mes“. Me duele mucho, me siento mal.
-¡Ah..! –murmuró él y ella lo miró feo por tanta elocuencia. – Exacto. “¡Ah!” Entonces mejor... déjame sola, ¿sí?
Se despidió de él con un beso cansado y Rex suspiró saliendo del hotel. Era cierto, él jamás había tenido que lidiar con nada
como aquello, era lo bueno de estar con las mujeres solo por _una noche: que le tocaban solo las mejores noches. Sin embargo
le molestaba que ella se sintiera mal. Ella había dicho que le dolía... y él no quería que le dolieran ni las pestañas.
A su derecha parpadeó la luz del cartel de una farmacia y se detuvo. La miró un segundo, se armó de valor y se metió a hacer
la fila.
“Maldición, Rex, has corrido desnudo por el estadio, esto no te puede dar pena“, se dijo.
Así que cuando llegó al mostrador disparó.
–Mi chica tiene el periodo. ¿Cómo la ayudo?
– iHuye por tu vida! –dijo el hombre que estaba en la fila detrás de él. 2
—¡No, solo los cobardes huyen, los hombres valientes soportamos escobazos de todo tipo con estoicismo! –dijo otro. Pero la
chica del mostrador lo miró con amabilidad, le preparó una bolsa con todo lo que necesitaba y le dio instrucciones. Para cuando
acabó tenía media docena de hombres frente al mostrador prestándole total atención y Rex pagó con una sonrisa. 1
– Deberías patentar esto, niña, como un kit de supervivencia masculina, te harías millonaria – se rio, sin saber que la muchacha
se había quedado pensando y un año después aquel sería un producto extremadamente exitoso. ?
Él compró todo lo demás que faltaba en una pequeña tienda de conveniencia que había cerca y quince minutos después tocó a
su puerta. Levantó primero el helado de chocolate para evitar los gritos, y solo vio los ojitos de Abby sobre él.
– Tengo un kit de supervivencia ––advirtió–.Y acabo de comprar mis propios pijamas. ¿Me puedo quedar?
Abby se hizo a un lado y lo dejó pasar. Se ahogó de la risa con el kit de supervivencia, pero Rex solo se dio un baño, se cambió
y en automático entró en un modo tierno que nadie imaginaba que tenía. La consintió, la abrazó, le hizo la cucharita para dormir,
estuvo pendiente de sus pastillas, de su bolsa de gel tibia, y como era un hombre valiente, soportó sus almohadazos con
estoicismo.
Rex jamás lo había pensado, pero era lindo estar con ella incluso aunque fuera cuidándola. Pasó todo el día viéndola tratar de
rebasar aquel malestar, pero debía estar presente en la exposición, así que trató de hacérselo también más fácil estando en la
galería.
Ella solo se reía viéndolo espantar pretendiente.
– Abby, te llegó una propuesta para hacer otra exposición dentro de una semana – dijo la muchacha que la había ayudado a
coordinar aquella exposición.
–¿En serio, Carol? ¿De dónde? – De la galería Kratus, la asistente del dueño llamó para hacerte una oferta.
– Espera... ¿Kratus? Es la nueva de Terry McBride, ¿no? – preguntó Abby, y en cuanto Carol afirmó las dos hicieron un gesto
de asco–. El tipo es un depravado, es un manoseador natural, la última vez que lo vi trató de propasarse de todas las formas
posible y salí corriendo de allí. i Agggh! ¡Asco, asco!
–Ya sé, te ha hecho cuatro propuestas y todas las rechazaste–se rio Carol—. Bueno, yo cumplo con decirtelo, pero imaginé que
esa sería tu respuesta. Por suerte esa noche y al día siguiente Abby se sintió mejor, y el último día de la exposición ya no había
ni una sola pieza para vender. –No puedo creer que mañana vayas a decirme otra vez “me voy” –murmuró Rex atrayéndola
hacia él y besándola despacio. Le gustaba su sabor, la forma en que ronroneaba cuando él la acariciaba, pero aquel juego
estaba lejos de terminar y él lo sabía. –¿Y qué quieres que haga? La exposición ya se terminó...
–Quédate! —– No puedo, Rex, tengo que ponerme a trabajar, y a tratar de conseguirme otra exposición... –Entonces vamos a
conseguirla, si necesitas una excusa para quedarte te juro que soy capaz de comprar una galería, pero por favor... ¡quédate un
poco más! – le suplicó-. Es lindo estar aquí contigo, ¿no me digas que a ti no te gusta también? Abby lo miró a los ojos.
Adoraba estar con él, siempre había sido así, pero no podía simplemente quedarse porque sí, porque eso no era parte del
juego. – Bueno... me ofrecieron una exposición en otra de las galerías de la ciudad. –¡Tómala! . –¡Pero es que..! –¡Tómala, te lo
suplico, te lo rugo, Abby, tómala! ¡Tómala y quédate un poco más! Ella dudó todavía, pero Rex tenía ojos de cachorrito
abandonado y terminó cediendo.
–Está bien, veré si el dueño de la galería Kratus quiere recibirme mañana –murmuró antes de volver a besarlo, y Rex se sintió
en la gloria cuando ella no puso objeciones en que él se quedara a dormir esa noche.
¡Y a dormir era a dormir! Pero aun así él amanecía más duro que la piedra de donde no salía Excalibur, y le hacía siete
insinuaciones cochinas antes de abrir los ojos mientras le restregaba aquella erección contra las nalgas. Todo bello, hasta que
ella lo mandaba derechito al baño a hacer... “manualidades“.
Ese mismo día Rex llegó a la galería sobre las siete de la tarde. Cada uno tenía algo importante que hacer así que habían
quedado de verse allí a las ocho, para que la muchacha recogiera su cheque de esa semana. – ¿Y Abby? —preguntó Carol con
curiosidad porque ya estaba acostumbrada a verlo detrás de la artista.
– Fue a una entrevista en una galería que le ofreció una sala, creo que se llama Crater o algo así –respondió él. – ¿Kratus?
¿¡En serio!? — lo increpó Carol con molestia y Rex achicó los ojos. –¿Qué pasa con eso? –Bueno... el dueño, Terry McBride, es
un maldito pervertido, Abby lo detesta y jamás ha aceptado exponer en sus galerías. La última vez que estuvieron en la misma
sala él trató de manosearla... ¿por qué diablos le dijo que sí ahora?
Rex se puso lívido, recordando la forma en que él le había insistido para que se quedara.
–Por mí... lo hizo por mí... ¡Maldición! ¿Dónde la encuentro? – la increpó y Carol lo miró asustada—. ¿¡Carol, donde la
encuentro!?
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