Chapter CAPÍTULO 87
JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 4.
“Ella” (Antes de comenzar a leer el capítulo, por favor busca la canción “Ella” de Ricardo Ariona. Tenla lista, ya sabrás cuándo
pasarla) 3 Treinta y siete años, dueño de un equipo de fútbol, sexy, amable, con una herramienta poderosa con la que trabajar y
una sonrisa moja bragas que ya había conquistado a cientos de mujeres... 2
“¡Es que soy un partidazo!“, rezongó. ¿Entonces por qué ella no lo miraba más de dos veces seguidas en la misma noche?
¡Dios era testigo de que Rex Lanning jamás en su vida había correteado tanto a una mujer!¡Y mucho menos era tan amante del
arte como para ir a una exposición siete días seguidos...! Pero
ahí fue al tercero, y al cuarto, y al quinto...
Verla cada noche y hablar con ella al menos unos pocos minutos era demasiado agradable, pero más lo era verla
desenvolverse entre otros artistas y compradores de arte. Su exposición era un éxito, casi todas las piezas se vendieron en los
primeros días y Rex se aseguró de comprar la fotografía de las orcas. Era un regalo para Sophi que le enviaría apenas Meli
viajara a Europa a verla. 3
Por supuesto que le molestaba ver al greñudo de Connan Bergman ahí, pero lo cierto era que ninguno de los dos se robaba
demasiado su atención. Cuando estaba en la galería, Abby era totalmente una profesional y Rex se encontraba sonriendo más
a menudo de lo que esperaba, mientras observaba cada uno de sus movimientos.
– ¿Quieres ir a tomar algo cuando salgamos de aquí? —preguntó una voz tras ella y Abby sonrió de medio lado mientras se
volvía.
– Te lo agradezco en el alma, Connan, pero hoy es la última noche de la exposición – dijo con suavidad–. Mientras todos
celebran yo tengo que sentarme con el director comercial de la galería a hacer cuentas y no sé a qué hora termine.
—Entiendo –respondió él amablemente besando su mano-. Solo quiero aclarar que me acuesto muy tarde, y si cuando sea que
termines, todavía estás de ánimo, solo tienes que llamarme y paso por ti. ¿De acuerdo? 1
– De acuerdo. Gracias – respondió Abby, despidiéndose, pero cuando se dio la vuelta se topó con el rostro satisfecho de Rex.
– Muy buena estrategia para deshacerte del greñas–sonrió él—. ¿Nos vamos?
Abby se puso en punta de pies y le dio un beso suave en la mejilla.
– Lo siento, cariño –suspiró con cansancio—. De verdad me tengo que quedar, no era una estrategia.
–¿Vas a demorar mucho? – No sé, quizás una hora más o dos, no depende de mí – dijo Abby y Rex asintió, pero la verdad era
que no tenía ni la más mínima intención de irse de aquella galería sin ella.
Abby entró en las oficinas, resolvió su pago en quince minutos y luego se sentó a reírse de cuanto meme le salía en su
facebook. Una hora después por fin decidió que lo había hecho
esperar lo suficiente y salió de allí para encontrar exactamente lo que había pensado: a Rex apoyado en el capó de su
convertible, pensativo, y aguardando por ella.
–Te quedaste – le dijo con una sonrisa y él se acercó despacio, envolviéndola en un abrazo suave antes de besar sus labios
con delicadeza. Abby ronroneó ante aquella inesperada dulzura, sabía a champaña y olía delicioso, cruzó los brazos detrás de
su cabeza y enseguida aquel beso subió de tono hasta convertirse en un huracán. Las manos de Rex apenas se movían sobre
ella, pero podía sentir la enorme tensión con que estrujaba su vestido, intentando no levantarlo allí mismo.
– Ven conmigo –murmuró Rex con acento seductor–. Ven conmigo esta noche. Quédate conmigo, déjame consentirte.
Abby sintió su cuerpo estremeciéndose de anticipación, y él se dio cuenta en ese mismo momento. Le apretó las nalgas con
urgencia y la arrastró hacia su auto, cerrando la puerta con decisión. Solo quería llevarla a su departamento y hacerle el amor
como ningún maldito hombre se lo había hecho en su vida..
La besó en cada semáforo en el que se detuvieron, la vio cerrar los ojos y gemir mientras la tocaba. La besó en el ascensor
mientras subían. La besó en el corredor frente a su departamento mientras trataba de meter el código en el panel de la puerta.
Con un hormigueo de excitación, Abby siguió a Rex hasta el interior de su departamento. No se detuvo a ver la elegante
decoración y el lujoso mobiliario. Todo lo que podían ver y sentir era sus dos cuerpos enredados en un mar de caricias. Abby
gimió mientras él besaba cada centímetro de su suave piel, empujándola hacia el dormitorio, pero apenas aquellas puertas se
abrieron cuando Abby se tenso, y sostuvo con fuerza aquella mano que pretendía subirle el vestido, deteniéndolo. 2
–¿Qué pasa...? Abby no respondió, pero Rex siguió su mirada y se puso lívido. Sobre su cama había dos mujeres dormidas... y
desnudas.
– ¡Giulia... Giselle! –murmuró azorado y las gemelas levantaron las cabezas, bostezando. –¡Hola, cariño, el vuelo se atrasó y
vinimos directo a quedarnos! Esperamos que no te moleste –dijo una de ellas con una sonrisa somnolienta y Rex cerró los ojos,
queriendo que la tierra se lo tragara.
A su lado Abby estaba en silencio y él ni siquiera sabía cómo comenzar a explicarle.
Giulia y Giselle eran azafatas, se quedaban quizás un par de veces por mes y él les había dado el código de la puerta por si
llegaban de madrugada. Estaba esperando que alguien empezara a gritar, pero las gemelas volvieron a dormirse como si nada
les importara y Abby solo retrocedió buscando su bolso, que se había caído en la sala.
–¡Abby..! ¡Lo siento, te juro que lo siento, no tenía idea de que iban a llegar! Sin embargo ella no le estaba reclamando, en su
expresión no había enojo ni rabia, solo una profunda decepción. Rex solo había visto esa decepción una vez antes, en los ojos
de Sophia, y había esperado que nadie volviera a mirarlo nunca de aquella forma, pero allí estaba. Solo que a diferencia de
Sophia, Abby ni siquiera se molestó en llorar.
– ¡Abby, por favor...! –dijo tratando de detenerla.
—Cariño, tranquilo, no te estoy reclamando nada –suspiró ella–. Pero yo no hago tríos y menos cuartetos.
Se encamino a la puerta y Rex apretó los puños con impotencia cuando la vio tomar aquel corredor. Quería justificarse de cada
manera posible pero sabía que no tenía cómo, porque había dos mujeres desnudas en su cama.
–¡Maldición, Abby, lo siento! –exclamó desesperado mientras ella esperaba el ascensor, y la muchacha se giró para mirarlo a
los ojos.
– No te disculpes. Tú eres como eres... a nadie tiene que gustarle más que a ti — respondió, pero Rex jamás había visto en la
mirada de nadie tanto asco y lástima juntas. Y por primera vez en su vida, no le gustó como era ni lo que hacía, simplemente
porque odiaba que ella lo mirara así.
La vio subirse en el ascensor sabiendo que no podía detenerla, y le dio la espalda para volver a su cuarto cuando algo lo
detuvo. Mientras las puertas de aquel ascensor se cerraban la escuchó hablando quedamente por teléfono.
–¿Connan? ¡Sí? ¿Sigues despierto? Bien... ¡está bien si te tomo la palabra? ¿Pasas por mi?
Rex se giró como un rayo para detenerla, pero las puertas del ascensor ya se habían cerrado. Corrió a las escaleras, pero
cuando salió a la entrada del edificio ya ella no estaba por ningún lado.
–¡Maldición! ¡Maldición! –gritó exasperado porque no soportaba la idea de que ella se fuera con el greñas a ningún lado, pero lo
peor era saber que no podía impedirlo iporque no tenía ni una maldit @ idea de dónde podía encontrarla, ni de cuál era su hotel,
ni nada de nada!
Se subió a su auto y trató de calmarse, pero muy pronto se dio cuenta de que aquello no se le iba a pasar, tenía que
encontrarla, así que lo único que se le ocurrió fue meterse en las redes. Ella no tenía ni una, era un fantasma social... ¡Aaaaaah,
pero el greñas era otra cosa! 1
Le tomó una hora, una de las más amargas de su vida, encontrar por fin uno de sus puñeteros amigos que lo había etiquetado
en uno de los mejores bares de la ciudad, y condujo hacia allá como si el diablo le pisara los talones.
El lugar estaba animado a aquella hora de la madrugada, las mesas de billar estaban llenas, las dos barras movidas y las
tarimas llenas de chicas bailando.
Rex entró buscándola desesperado, pero con el primero que se topó fue con Connan sentado en una banqueta en una de las
barras.
– ¿Dónde está Abby? –gruñó acercándose a él.
–¡Ya te habías tardado en aparecer! –Connan empujó una cerveza en su dirección, mientras señalaba hacia una de las mesas
de billar, donde ella jugaba con otras personas. Se había cambiado de ropa, llevaba unos jeans ajustados, una blusa suelta y
una chaqueta tres cuartos de cuero suave. Unas botas de tacón mediano y el moño desordenado más sexy que Rex había visto
en su vida.
–¿Estás seguro de que quieres meterte con ella, Rex? –preguntó Connan y él le dirigió una mirada asesina.
–¿A qué viene la pregunta?
–A que no creo que puedas con ella. Quiero decir... podrías creer que es la horma de tus zapatos, pero la verdad es que esa
chica es una come–hombres.
LiNo hables así de ella! –siseó Rex con voz amenazante y Connan levantó las manos a modo de rendición.
–No te confundas, no estoy diciendo que sea mala, solo te digo que a ella... – el hombre sonrió con comprensión–, a ella ya le
rompieron el corazón, ya aprendió, y no va a volver a entregarlo jamás.
Rex arrugó el ceño.
– ¿Abby te dijo eso? –gruñó molesto. – No necesita decírmelo, solo tengo que mirarla. Tiene siete hombres alrededor babeando
por ella y comprándole tragos, y aun así impone tanto respeto que le están diciendo “señora” – rio Connan—. Esa mujer puede
matarnos y enterrarnos en una sola noche, sin necesidad se subirse las faldas más allá de las caderas... Yo al menos sé a lo
que me enfrento, pero creo que tú no. 1
Rex pasó saliva y de repente sintió que el hombre palmeaba su pecho.
– ¿Tienes monedas?
Rex se tocó los bolsillos y encontró algún cambio, el greñas se inclinó hacia la rocola más cercana y metió las monedas, en
segundos comenzó a sonar la canción “Ella” de Ricardo Arjona.
– ¿Quieres saber quién es Abby? – preguntó Connan—. Solo mírala y escucha. Y Rex se quedó mirando aquellos gestos y
risas de la muchacha mientras la canción llenaba aquel bar.
“Ella ya hizo todo lo que es bueno
Estudió para galeno
Se cuidó del “qué dirán”
Cumplió con su papá poniendo freno
Al peligro del veneno
De toparse a algún Don Juan.”
“Ella quiere besos en la esquina
Sexo en la cocina
Gimnasia en el sillón
Treparse como Jane de las cortinas
Desnudarse en la oficina
Bailar en el colchón.”
“Y celebrar que está viva Explotando en libertad
Para sanar las heridas
Con pura electricidad Con pura electricidad.” “Ella quiere viajes con mochila Vestirse de asesina
Besar a un picaflor
Sangrar con esas flores con espina
Celebrar la indisciplina
Con un grito alentador.”
“Y celebrar que está viva
Explotando en libertad
Para sanar las heridas
Con pura electricidad
Con pura electricidad”
Rex la veía, la veía por primera vez, podía reconocerla en cada palabra de aquella canción y cuando por fin terminó, Connan
palmeó su hombro.8
– Ahora que ya sabes a lo que te enfrentas, la cuestión es muy simple. ¿Con quién va a hacer esta noche todo eso? ¿Contigo...
O conmigo?